Evoco tu boca, no cualquiera... la tuya, la maleducada.
Después te pido que me abraces pero usando otras palabras muy mías, casi opuestas.
Y vos me pedís que hable tu idioma, y yo que no...que no elijo cuando entenderte.
Los dos quedamos ahí, mirándonos esmerilados de arriba a abajo, amenazantes.
Entonces me preguntás cómo estoy, con esa mano tuya que no me suelta y no me deja concentrar. Yo pienso mil cosas y no te digo ni una. Me brillan los ojos de bronca, de amor, de entender y conocernos y te digo que "si" con la cabeza y que "bien" con la boca, y te regalo de propina esa media sonrisa desafiante que me sale tan bien y que, creo... aprendí de vos.*
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